Jovenes Mexicanos de la UNAM (UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO).
A sus 25 años, Gregorio Allan Rodríguez Ortiz ya es director General de Ingenia Concretos, una empresa que crea placas de concreto capaces de purificar el aire hasta un 30%, que funcionan como fachadas y acabados para edificios. Están hechas con lo que solía ser basura: fibras orgánicas, caucho de llantas y cascajo; estos materiales reaccionan con los contaminantes del aire y los rayos del sol para provocar un proceso similar a la fotosíntesis. Absorben las partículas dañinas y las transforman en sustancias más amigables con el ambiente.
México es el segundo país de América Latina con más muertes por contaminación del aire, según datos del último reporte de Clean Air Institute. Por esa razón, Gregorio decidió crear un material sustentable que ayude a disminuirla.
En un futuro la contaminación del aire será la principal causa de muertes prematuras, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
De taxista a emprendedor
Trabajar como tortero y taxista fue lo que Gregorio hizo durante los dos años que dejó de estudiar tras terminar la preparatoria. En los primeros cuatro semestres de la carrera de Ingeniería Civil, en la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la UNAM, pagó sus gastos con los ingresos del taxi, pero cuando se involucró en el proyecto del concreto ya no tuvo tiempo para trabajar.
“A veces el dinero no nos alcanzaba porque no podíamos trabajar y lo que nos daban nuestros papás no era suficiente. Entrábamos a las 7:00 am a clases y a veces estábamos hasta las 11 de la noche en el laboratorio. Era feo porque comíamos o pagábamos el pasaje”, comenta Gregorio.
Yo vendí dulces – añade su colega Héctor Martínez Sánchez, director de Diseño de la empresa – e incluso aún me dicen “dulces” en la FES.
Además de esto, Héctor, de 27 años, trabajó en un call center y fue con esos empleos que se dio cuenta que quería tener un negocio propio. Después de estudiar, trabajó en una cementera y ahorró para comprar una cortadora láser semiindustrialy poner su estudio de diseño llamado Estudio 1.61; desde que comenzó a colaborar con Gregorio, él elabora los moldes para realizar las pruebas del concreto.
Antes de ser director de Producción en la compañía, Javier Sánchez Ochoa, de 27 años, trabajó en cadenas empresariales como Cinepolis, Applebee’s y en un cyber café. “Después de trabajar ahí me di cuenta de que la mayoría no se atreve a innovar y permanece estancada”, dice, y por eso considera que el proyecto que tiene con sus amigos puede crecer.
Ahora, los tres ayudan a los estudiantes a seguir innovando con cursos y clases en la FES Aragón como retribución a la universidad por los conocimientos y el apoyo. Con la experiencia adquirida esperan lograr que la escuela participe en competencias europeas.
Apolinar Valencia López, estudiante de sexto semestre de Ingenieria, recuerda cuando Gregorio y sus compañeros recaudaron fondos para participar en un concurso organizado por el Instituto Americano del Concreto. Apolinar se ofreció para preparar mezclas, limpiar el laboratorio y trasladar material. “Un ingeniero nos dijo ‘uno nunca sabe en dónde va a estar en algunos años’ y efectivamente, ese día decidí apoyarlos sin saber que hoy estaría en su lugar”.
Experiencias internacionales
Participar en un concurso internacional no es fácil porque “no es llegar e inscribirse, antes se tiene que ganar prestigio nacional y tener patrocinadores”, comenta Héctor, quien empezó a participar en certámenes locales en el 2011.
Durante su estancia en la universidad, lo más lejos que Héctor y sus compañeros salieron a competir fue en Mérida, pero las siguientes generaciones viajaron a Estados Unidos. Gregorio y su equipo nunca habían salido del país, pero gracias a otros concursos conocieron Filadelfia, Denver y Detroit, donde destacaron por obtener primeros lugares.
“Enfrentar a países que cuentan con más recursos para innovaciones como Estados Unidos, Turquía, Costa Rica e India y posicionarnos, habla bien de la formación que nos da la universidad porque tenemos las herramientas y la capacidad de escuelas en países de primer mundo”, explica Javier.
El reto de emprender
Uno de los mayores retos para Gregorio y su equipo fue creer que su proyecto podía ser exitoso más allá de los laboratorios y los concursos. Cuando comenzaron a ser reconocidos en competencias, sus profesores y familiares los animaron a seguir adelante.
La universidad les ayuda con Innova UNAM, una incubadora de proyectos que enseña a trasladar propuestas académicas al campo laboral. “Nuestra formación como ingenieros no nos proporciona los conocimientos y habilidades para administrar el proyecto al momento de vender, entonces la incubadora nos orienta en el parte comercial”, dice Javier.
El gerente de la incubadora Innova UNAM, Omar Erick Valdéz Flores, afirma que “los emprendedores se enfrentan a recursos muy limitados, son ellos quienes son dedicados con sus proyectos y es gracias a eso que pueden seguir adelante”.
“No hemos recibido apoyo gubernamental todavía porque es complicado y a pesar de ser seguro es tan lento que no conviene”, comentan los directores de Ingenia Concretos, por ese motivo han recaudado fondos con amigos, familiares y patrocinadores para continuar.
Héctor confiesa que una de las partes más difíciles es monetizar los conocimientos porque cuando le dicen a un cliente que el metro cuadrado del concreto purificador cuesta $1,200, hay miedo de que lo rechace por considerarlo muy caro. Sin embargo, argumenta que ese precio tiene una razón de ser: “Este producto además de ser estético tiene un valor agregado que es mejorar la calidad de vida de las personas, frente a un acabado que sólo se ve bonito e incluso llega a ser más caro”.
Otro problema es la falta de equipo para medir qué tan eficaz es el concreto: “Teníamos que enviar las muestras de nuestro material a España porque en México no hay equipo para hacer esos cálculos, pero era muy caro, así que nosotros aprendimos a programar sensores”.
Además de purificar
El concreto es uno de los materiales más usados en todo el mundo; pero, producir una tonelada de éste genera otra de dióxido de carbono, según estudios realizados por la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega.
Por eso Ingenia Concretos emplea desechos en su producto. Así después de su vida útil, el concreto puede ser reutilizado para hacer un nuevo lote del mismo material.
Las placas absorben gases de efecto invernadero para transformarlos en nitratos, sustancias que funcionan como alimento o fertilizante para plantas.
Con este proyecto, los miembros de Ingenia Concretos fueron finalistas en el concurso Cleantech Innovación Sustentable de 2017, una iniciativa que impulsa compañías creadoras de tecnología limpia. Además, fueron reconocidos como una de las diez empresas con Mayor Impacto Social.
No obstante, ese no es el único concreto que realizan. Héctor diseñó una mezcla a prueba de salitre. Esta sustancia daña las paredes generando desprendimiento de la pintura, fallas en la superficie y a la larga daño estructural. Este material también se puede reusar, ya que sus propiedades le permiten que no sea necesario emplear acero, un material que dificulta la reutilización porque es difícil de separar y triturar.
Además, otras propuestas de Ingenia Concretos son un material que deja pasar el agua para que se reintegre a las reservas del subsuelo y evitar que se contamine al terminar en las alcantarillas, y otro que brilla en la oscuridad para realizar señales viales que ayuden a los automovilistas.
“Espero que algún día podamos reirnos de cuando Ingenia Concretos no era más que un proyecto escolar y gastábamos hasta el último peso en algo que no sabíamos si funcionaría”, concluyen los jóvenes. Cuando Gregorio era taxista, Javier empleado de un cyber café y Héctor vendía dulces no se imaginaban que en algún momento serían dueños de una empresa con la que ayudarían a mejorar la calidad de aire usando uno de los materiales que más contamina.
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